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jueves, 22 de septiembre de 2016

El irresistible atractivo del pesimismo

«Como todos los soñadores, confundí el desencanto con la verdad»
Jean-Paul Sartre
Recientemente me quedé absolutamente desconcertado cuando circuló un bulo por Internet (propagado por Cultura Inquieta, cada vez más amarillistas, pero eso si, muy hipsters) sobre el origen de la palabra "dabuti". La historia, muy elaborada, pero completamente falsa, situaba el comienzo del uso de la expresión en la corte de Don Amadeo de Saboya cuando, en realidad, es una palabra de origen caló, el dialecto gitano (no confundir con la lengua Romaní), al igual que otras expresiones como gili, chugo, menda, piños, molar, catear, napia, currar... nada extraño en un país que niega constantemente sus influencias culturales de origen gitano con la misma intensidad que negamos nuestra historia islámica medieval o damos la espalda a nuestros vecinos atlánticos de Península Ibérica.

Lo que me desconcertó no fue que circulase un bulo elaborado por Internet. Eso no es ninguna noticia. Me sorprendería más que, por ejemplo, pasasen veinticuatro horas sin que me alcanzase alguno. Eso si sería sorprendente. Los bulos alimentan el ego de quien los crea y cumplen la función de proporcionar información personal y desinformar a quien está interesado en recopilar esa información o confundir sobre un asunto. Son inevitables porque son incontrolables sin una "cultura de la Red" que aún no existe o, al menos, no está extendida entre todo el mundo y porque muchos, "por si acaso" y con la mejor voluntad, llenan los espacios virtuales de morralla inútil y/o contraproducente.

Lo realmente desconcertante fue un comentario de una paisana cuando alguien señaló la incorrección de la información. Fue algo así como: 

"Joder, ya está el listo de turno estropeando nuestra ilusión. ¡Qué más da! Es una historia presiosaaaa ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ ♥ "

Increíble ¿no?

Aclaro que en esta ocasión el listillo de turno no era yo ni tenía ninguna relación con él.

Me consta que a cierto nivel inconsciente nos es más fácil creer lo que queremos creer. Que incluso hay quien es vagamente consciente de ello y no le importa demasiado. Que hay quien decide "escoger" qué creer según sean más o menos agradables los supuestos resultados y consecuencias de su creencia (no de la creencia en si misma, sino de esa creencia si fuese cierta, con independencia de que lo sea). Gente que hace el difícil ejercicio orweliano del "doblepensar", haciéndose "creyente" y partidario de algo que sabe que no es cierto, a veces con una intensidad furibunda inversamente proporcional a lo insostenible de la idea sostenida. Quizá un cortocircuito en la lógica durante la infancia que hace a su mente aceptar ciertos elementos "mágicos" que un adulto no debería incluir en sus razonamientos si quiere que sean de utilidad para resolver situaciones reales.

Pero cuando es verbalizado tan explícitamente como la mendruga a la que nos referimos resulta desconcertante.


Un comentario así es el fin de todo intento de mantener una discusión racional con un ser humano. Es el colmo del "burrismo", es negar la premisa aristotélica de que todos los seres humanos desean alcanzar, por naturaleza, el conocimiento y, mucho me temo, que es la explicación de muchos fenómenos sociales desconcertantes sobre conductas políticas y actos religiosos. por supuesto detrás está un ejercicio de "superstición": la idea de que el simple deseo de que algo sea de una determinada manera influye de alguna manera en los hechos, realmente, sean como se pretende.

Por supuesto ser filósofo o científico es exactamente lo contrario. Es mantener la duda o el escepticismo y apoyarse en la razón o en evidencias empíricas y nunca sobre deseos. Luego la historia de la filosofía y de la ciencia la hacen seres humanos que, inevitablemente, están sujetos a pasiones y esperanzas, que por más que quieran no pueden evitar querer llegar una conclusión o un resultado y que tienen que ser discutidos y supervisados por adversarios intelectuales o una comunidad de iguales que llegue a los mismos resultados independientemente. Sobre las sutilezas del "contexto de descubrimiento" y el "contexto de justificación" en el desarrollo de la ciencia les aconsejo de forma vehemente la lectura del filósofo Imre Lakatos (no, Jan, no es el que jugaba en el Oviedo)

La "aceptación de hechos objetivos" es complicada, porque nuestro enfoque personal, nuestros anhelos y deseos, nuestro talante optimista o pesimista (¿objetivista?), puede influir en nuestra percepción de ellos. Casi nunca ponemos en cuestión nuestra propia emoción a la hora de interpretar o dar la opinión sobre algo. Siempre damos por supuesto que lo que percibimos son hechos objetivos, desprovistos de optimismo o pesimismo.

¿Sería posible y legítimo elegir cómo percibir el mundo? ¿Sería moralmente válido esforzarse en ver las cosas de forma "optimista" como un prisma que nos aportase alguna ventaja?

Bueno, como decía uno de mis profesores de filosofía de la ciencia, el optimismo y el pesimismo son dos estrategias adaptativas y cada una tiene sus ventajas e inconvenientes. El optimismo es "ponerse en lo mejor" y el pesimismo "ponerse en lo peor", por lo que observar el mundo bajo un prisma u otro será de mayor o de menor utilidad dependiendo de, por un lado, el tipo de problema que enfrentemos, por otro simplemente el puro y simple azar con el que los acontecimientos devengan.


Siento en lo hondo de mi que intentar no dejarse llevar por el optimismo es un ejercicio necesario para vivir apegado a la realidad, para no construirse un mundo propio lleno de flores y pajaritos cantando, para no creerse una serie de fantasías que, en definitiva, deforman el Universo para hacerlo más atractivo pero que no son mejores que vivir bajo la deformación de un sueño psicodélico inducido por LSD.

Por otro lado pienso, también, que el pesimismo es muchas veces una pose estética. Una forma de atraer la atención, de hacerse notar con un maquillaje de criatura atormentada que vende muy bien.

No podemos estar seguros de que los cosas son como pensamos que son. Un optimismo o un pesimismo moderado, eso si, nos llevará a la acción, a hacer lo que nos lleve hacia lo mejor o a prevenir lo peor. Un fatalismo o un estado de éxtasis místico, por el contrario, nos llevan al inmovilismo, a pensar que nada va a salir mal o a que no se puede hacer nada para que las cosas salgan bien. En definitiva, nos apartan ambos extremos de la acción, de la toma de decisiones, de poner en marcha procesos que nos lleven a alguna parte.

En definitiva, todos estamos solos.

´La soledad es una fuerza que te aniquila si no estás preparado para superarla, pero que te lleva más allá de tus posibilidades si sabes aprovecharla para tu propio beneficio´ 
Reinhold Messner 

P.S. Luis, otro día hablamos de lo tuyo, que para unir ambos temas hay que meter al pesado de Kant. 

jueves, 14 de enero de 2016

El dilema de Pedroche

El Principio cierto por excelencia es aquel respecto del cual todo error es imposible [...] Pero ¿cuál es este principio? Es el siguiente: es imposible que el mismo atributo pertenezca y no pertenezca al mismo sujeto, en un tiempo mismo y bajo la misma relación.
Aristóteles, Metafísica, Libro Cuarto, III

Un dilema, sensu stricto, es una forma lógica en la que se presentan dos argumentos de manera mutuamente excluyente.

Fuera de los lenguajes inventados por el ser humano para el cálculo. Fuera del álgebra lógica y la matemática, más allá de los lenguajes de programación, un dilema humano es algo que tiene un carácter psicológico. Un dilema es lo que vivimos o lo que la sociedad vive como un dilema, algo que no tiene fácil solución, lo que en filosofía se llama una aporía. Un camino que no permite seguir avanzando.

Los dilemas morales no tienen una forma lógica. Son complejos, multiformes, permiten dar razones a favor y en contra para "poner en la balanza" cuando, de hecho, no tienen nada que ver con unas magnitudes que se puedan pesar en los platillos.

De hecho, ante cualquier problema político, ante cualquier protesta contra un abuso o injusticia, saben los injustos que siempre pueden argumentar, sembrar la duda y presentar un "dilema" que polarice las opiniones y mande al terreno del debate público lo que podría estar en el terreno de la indignación y la exigencia de que rueden cabezas.

C.P. mostrando bragas en la Nochevieja de 2014

C. P. Mostrando que no lleva bragas en Nochevieja de 2015.
La sociedad parece dividirse entre quien culpa a la actriz-presentadora-periodista de representar un papel denigrante y cosificante para las mujeres, al aparecer como objeto meramente decorativo al lado de solo-presentadores vestidos acorde a las circunstancias climatológicas de las noches de finales de diciembre de Madrid, al aceptar el cliché de "tontita" superficial que enseña carne y, por otro lado, quienes defienden su derecho a elegir cómo vestir, a que nadie la imponga tapar su cuerpo como a tantas mujeres se las obliga.

Si se tratase de una decisión individual y privada. Si ella decidiese particularmente salir poco vestida a una fiesta, no habría dilema. Creo que ya nadie niega el derecho a la propiedad del propio cuerpo ni se rasga las vestiduras (valga la expresión) por ver un cuerpo humano desnudo, semidesnudo o semivestido. Pero se intuye en este caso una estrategia que sirve a fines comerciales de los empresarios de la televisión. Por otro lado, el hecho de que sea una situación pública le añade un grado de responsabilidad a sus actos. Cuando eres alguien que tiene una influencia que puede ser positiva o negativa sobre la sociedad y, especialmente, en la imagen que pueden tener niños y niñas de lo que es una mujer adulta, parece que tus actos deberían estar guiados por cierto grado de responsabilidad moral.

Por el otro lado se argumenta que la misma hipocresía que obliga a taparse a las mujeres que dan el pecho, que hacía vestirse desde el tobillo hasta el cuello sin enseñar un trozo de piel a la mujer de la Inglaterra victoriana o hasta más arriba de la coronilla a la de Afganistan hoy en día, es lo que mueve los insultos hacia la presentadora. Que quienes se escandalizan y lanzan sus iras contra ella limitan su libertad y no aceptan que una mujer pueda vestir sexy para ella misma, que la provocación está en los ojos que miran. Qué por qué va a ser una provocación un vestido trasparente en el siglo XXI. Se argumenta también que el aspecto de la mujer se convierte en objeto de debate público precisamente por ser mujer, lo que es también una forma de machismo. A un hombre no se le judga en ese aspecto. Que en el fondo culpabilizarla por como viste es igual que cuando se investiga qué llevaba puesto la víctima de un abuso o una agresión sexual.

En el fondo el debate se enturbia y se polariza entre dignidad y libertad. Haga lo que haga esta mujer, ninguna solución parece que será satisfactoria. En definitiva, es un debate artificial y provocado porque el propio debate da más audiencia al año siguiente que la que se atrae de las miradas lascivas. Al final, si vuelve a presentar (seguro) el mismo espectáculo (por otro lado horrendamente casposo), tanta gente será atrapada por la visión de un cuerpo atractivo poco vestido o levemente desnudo, como por por el morbo de la polémica. Miel sobre hojuelas, más ingresos en publicidad, para la empresa productora.

El dilema de Pedroche, llamémosle así, consiste en quien, considerándose feminista, como el autor de este blog, no se ve bajo la disyuntiva de decidir entre una posición u otra (que yo particularmente lo tengo claro), sino en como poder argumentar tu punto de vista sin quedar empantanado como una mula, una que atasca su pata en el barro y no puede avanzar en el lodazal de los discursos simplistas y maniqueos a los que estamos acostumbrados. Cómo evitar la amenaza de machismo para poder argumentar feminismo, es decir, igualdad. Como evitar que el "marketing de la felicidad" nos venda buenrollismo y desparpajo, libertad individual, cuando lo que venden es tetas y culos como el carnicero vende morcillo y costillar.

Y no es posible.

Y cuanto más se denuncie, más indignación produzca, también generará más interés, más audiencia, más dinero que va a parar a los bolsillos de quienes lanzan el anzuelo con esta mujer a modo de cebo vivo.

La trampa dentro de la trampa es que el mero hecho de escribir sobre ello, también les es rentable.

La banca siempre gana.