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miércoles, 30 de septiembre de 2015

El cabreo de Nietzsche


"Donde los demás ven ideales, yo sólo veo lo que es humano. Demasiado humano"
F. Nietzsche


Proporcionalmente a otros espectáculos, escuchar música clásica sale muy a cuenta y es muy económico.

Teniendo en cuenta el precio habitual de una entrada de cine, disfrutar del espectáculo de una orquesta sinfónica en directo, no como ocurre en el séptimo arte, donde hay unas imágenes grabadas y almacenadas en un soporte digital y repetidas mecánicamente (sensu stricto) en miles de pantallas, sino del trabajo de medio centenar de profesores y profesoras de música en el mismo momento en que interpretan para ti, con sus manos, pies y bocas, por ejemplo, un par de obras de Halffter y Wagner, es baratísimo. Como ocurre, por cierto, también con el teatro.

La primera fila del coro permite comprobar perfectamente
si el percusionista se limpia bien detrás de las orejas
(éste si).
Os recomiendo otro asiento más alejado de él
para tener una mejor acústica.
El miércoles pasado en el Auditorio Nacional, que tengo la fortuna de tener a unos pocos pasos de mi trabajo, disfruté de un concierto de la Orquesta Sinfónica de Madrid en la que se estrenaba "Imágenes" de Cristobal Halffter y también se interpretaba (nunca mejor dicho) una versión sinfónica de la ópera Tannhäuser de Richard Wagner, arreglada por el propio director, Pedro, Halffter también, no casualmente. En esto de la música la tradición familiar es muy importante. Si no que se lo pregunten a los Bach.

Al despojar la ópera de voces, lo que quedaba era una sinfonía wagneriana. Un interesante resultado. Una especie también de resumen y evocación de la ópera entera, pero quitándote dos horas. Lo que no es algo necesariamente positivo pero permite, al contrario de lo habitual en las óperas de este autor, que no finalicen agotados hasta la extenuación todos los interpretes, orquesta, coros y cantantes solistas, el director y hasta el público más entregado, normalmente incondicional, pero que igualmente necesita en algún momento que, las largas, complejas y difíciles óperas de Ricardo Wagner, acaben al fin por mucho que se disfrute de ellas (las personas "wagnerófilas" me entienden).

Vas escuchando los tres movimientos/actos y vas trayendo a la memoria la historia de Tannhäuser y el torneo poético del Wartburg. Como en el Venusberg vive el protagonista entregado a los placeres que Venus le proporciona hasta que, hastiado de ellos decide volver al mundo de los mortales y se encuentra con los peregrinos que van a Roma. Vas recordando cómo la presión social y la presencia de una mojigata muchacha de la que se enamora Tannhäuser hacen que al final se una a la marcha de mojigatos peregrinos a la Ciudad Eterna a pedir perdón al papa. No sin antes escuchar  al mojigato pagafantas a Wolfran entonar O du mein holder Abendstern, de una inmensa belleza y una de las arias más importantes de la historia de la música, que es también un canto barítono al pagafantismo en voz, en este arreglo, de los chelos. El coro final de alegría de los peregrinos, la muerte y perdón de Tannhäuser es siempre espectacular, aunque más lo es, por supuesto, en la versión coral que en la sinfónica, todo sea dicho.

Aquí un pagafantas Wolfran, aquí unos amigos

Tannhäuser es una de las primeras óperas de Wagner. Pero a pesar de la maravillosa música, a uno le empieza a arder la sangre y entiende perfectamente el cabreo de Nietzsche cuando descubre que su admirado compositor, aquel que representaba en sus libretos los nuevos valores morales, la renovación de la moral antigua, se ha ido aburguesando y volviendo cada vez más cristiano y ha acabado haciendo Parsifal, una obra que empezó a componer muchos años antes pero que finalmente estrenó después de las más nietzscheanas como el Götterdämmerung, El Ocaso de los dioses.

Wagner ha hecho como Tannhäuser y ha abandonado el reino de Venus, donde gozaba de los placeres carnales y de la compañía de la diosa para acabar muriendo entre peregrinos pidiendo piedad al papa. Convertido en un meapilas y un tragacirios.

Hay quien, como el loco filósofo, hubiese preferido que Tannhäuser hubiese convertido el torneo poético de Wartburg en un baño de sangre. Que el protagonista, entonando una canción de guerra, hubiese levantado un gran hacha por encima de su cabeza y hubiese rebanado el cuello de todos los asistentes y el de los peregrinos a Roma que pasaban por allí para después volver al reino de Venus a gozar de los placeres de la carne, pero al final, Wagner se tuvo que mostrar humano, demasiado humano, como lo era el pobre Nietzsche, como lo somos todos en definitiva.

Los filósofos, aún los cuerdos, a veces son así. Llenos de emociones.






2 comentarios:

  1. Walaaaa!! Me ha encantado. Creo que les voy a recomendar a mis alumnos esta entrada cuando lleguemos al Jefe ;)

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    1. Muchas gracias. Advierte a las criaturas que es de un rockero alejado de las filosofías vitalistas (un puto lógico ;-)

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