"...y va el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá en su frente..."
Constantinopla, Bizancio, Estambul... capital de tres imperios, pero no del actual estado moderno con una de las llamadas "economías emergentes" que es Turquía, es un destino turístico quizá un poco demodé porque en esto del turismo hay modas que arrastran a las masas unas veces hacia el Sureste asiático, otras hacia los fiordos noruegos, otras hacia Centroamérica y el momento Estambul ya pasó en nuestro país y en las operadoras turísticas de Europa y ahora es el turismo Iraní y el de otros países árabes el que abarrota con palos de selfie sus lugares emblemáticos. Hasta el punto de ver el desconcertante espectáculo (para nosotros) de una mujer vestida con un niqap que solo hubiese permitido ver sus ojos (si no llevara gafas de sol) hacerse un selfie frente a la mezquita de Suleiman para obtener una instantanea en la que nunca será reconocible, ya que ninguna parte de su cuerpo estaba expuesta a la vista.
Multitudes de todo el mundo, a pesar de ello, abarrotan sus lugares más visitados y tratan de saltarse las largas colas que se forman a la entrada de los pedazos de historia convertidos en, literalmente, pasatiempo. Una historia milenaria pero además esencial para comprender el mundo. La historia del lugar desde el que se gobernaron durante siglos los restos aún formidables del Imperio Romano, la herencia griega oriental del imperio que había absorbido lo que aquel general de Alejandro Magno, Seleuco I "el Vencedor", fusionó con la tradición persa como sátrapa de Babilonia y rey griego de aquella imponente herencia.
El lugar desde el que Flavio Valerio Aurelio Constantino, "el Grande" creo la Iglesia Cristiana a partir de la religión que había creado previamente el greco-romano Pablo de Tarso inspirada en el judaísmo practicado por los seguidores del profeta Jesús de Nazaret.
Desde aquella ciudad Justiniano hizo arreciar la persecución contra el paganismo que iniciara Costantino en el imperio, cerró las escuelas de filosofía, entre ellas la fundada por Platón en los jardines de Academos de Atenas nueve siglos antes, persiguió a los pensadores y filósofos, prohibiendo la enseñanza de la filosofía clásica griega. Derribó docenas de templos cuya mera existencia consideraba pecaminosa (como ocurre hoy con los fanáticos del Estado Islámico). Justiniano prohibió, persiguió, encarceló, torturó y crucificó a miles de personas por sus creencias paganas, a los judíos también, por supuesto, que nunca se pierden una de estas y exilió a los incómodos y heréticos monjes cristianos nestorianos y a todo el resto de herejes monofisistas fuera de sus fronteras, yendo todos, andando el tiempo, a territorio hospitalario de Cosroes, rey de los sasánidas, junto a otros "platónicos y aristotélicos" donde su tradición pervivió en la llamada "escuela de Bagdad". Inicialmente, cristianos sirios que escribían en árabe, pocas décadas después convertidos a musulmanes que se dedicaban a la fálsafa (الفلسفة) o filosofía y que nos devolvieron la tradición clásica griega a Occidente y a toda la humanidad a través de un largo camino que pasaría por el Califato de Córdoba y la Escuela de traductores de Toledo. Justiano provocó una diáspora de intelectuales que jalonó de monasterios, como islas de sabiduría, la Ruta de la Seda hacia la India y China por territorios habitados por los "turcos de las montañas" y cuyos nombres (Turkmenistan, Uzbekistan,...) no estamos muy seguros de situar en un mapa mudo y que, desgraciadamente, el Islamismo más intransigente y la Revolución Cultural de Mao han borrado en gran medida de la historia.
Pero tras sobrevivir todo el milenio de la mal llamada Edad Media a su vetusta existencia, incluso Bizancio cayó ante la nueva superpotencia musulmana y el último resto del proyecto imperial romano abrió sus puertas al invasor otomano en el siglo XVI y se inició una nueva etapa de esplendor para la ciudad que se pobló de imponentes mezquitas. Un Imperio Otomano que iba desde las puertas de Viena hasta los Urales y que era abiertamente no árabe, sino turco, al igual que el estado laico que Mustafa Kemal Atatürk crea en el siglo XX y que pervive hasta hoy.
La ignorancia es un acto. Es un ejercicio de voluntad. Es un mirar para otro lado y despreciar lo que no se conoce. Quien por desgracia no tienen al alcance la posibilidad de aprender cosas que le gustarían no es un ignorante, es, probablemente, una víctima de un reparto desigual de la riqueza y de un sistema de clases. Ignorante es quien tapa un mosaico bizantino con una capa de yeso porque hay debajo un Pantocrator o derriba un templo porque rinde culto a Palas Atenea. Quizá también quien visita Estambul y no se toma la molestia de saber qué está visitando y se conforma con mostrar en las redes sociales que "está allí", como pudiera estar en cualquier otro lugar del mundo.
Las personas que abarrotan la entrada de Hagia Sofía (en Griego, "La Sacra Sabiduría"), a veces prefieren ponerse a la siempre más corta fila de las cercanas cisternas quizá como estrategia para combatir el sofocante calor del verano del Mar de Mármara mientras la otra cola (disculpen la expresión) avanza bajo el imponente sol. Un consejo práctico: a la hora de comer los turistas se evaporan (no literalmente, claro, sino en un sentido metafórico, que el calor no llega a ser tan tremendo como para sublimar humanos) y se puede entrar casi en seguida a visitar con tranquilidad y sin multitudes esta joya arquitectónica y este pedazo vivo de nuestra historia. El turismo es también hidrosoluble, por lo que una oportuna tormenta es también una gran oportunidad de estar más tranquilos en estas visitas. por lo menos en aquellos lugares en que hay cerca una suculenta oferta gastronómica a cualquier hora y a un precio muy asequible.
Las cisternas en cuestión fueron una obra civil que mandó construir Justiniano (nuestro simpático fanático integrista religioso), para abastecer de agua la ciudad y fueron ignoradas y olvidadas por los otomanos, que no necesitaban de ellas. Más tarde fueron redescubiertas accidentalmente en el siglo XX ya que al parecer circulaba la leyenda de que desde los sótanos de algunas casas se podía acceder a un enorme depósito de agua bajo la ciudad bajando un cubo con una cuerda en algún pozo, e incluso algunos estambulitas allí mismo pescaban ocasionalmente algún suplemento proteínico para la dieta en forma de pescado de agua dulce.
Una foto obligada dentro de la cisterna es la basa de una columna en forma de cabeza de Medusa. Todo el mundo se hace la foto. Es muy importante poder mostrar que se estuvo allí. Miles de personas han estado allí, aunque "allí" no haya entrado en muchas personas que no se toma la molestia de entender dónde están. Es muy triste ver a gente que está en los sitios sin que los sitios estén en ellas. Que quieran una foto de algo que no se toman la molestia de investigar qué es. Tan solo empujar a quien va delante para echar un vistazo fugaz a la "piedras" y hacer el autorretrato con el móvil.
¿Qué hace un trozo de templo pagano allí?
Justiano destruyo templos y los empleó para una obra civil subterránea, cerrada al público y sumergida bajo el agua. Lo que hace ahí la cabeza de medusa es ser objeto de olvido y de desprecio. El mismo olvido y desprecio que los Otomanos mostraron hacia la obra de ingeniería civil cristiana, el mismo desprecio, intransigencia, ignorancia, que muestran muchos "turistas" hacia lo que están mirando sin ver. Hacia las "piedras" en las que hacerse fotos para que se vea por dónde han pasado como una plaga bíblica, ruidosa y molesta, sin detenerse a comprender ni a reflexionar.
Capas de desprecio superpuestas. Hubo un día en que alguien, probablemente un artesano piadoso creyente en unos dioses que transmitían valores morales tan buenos o malos como los de cualquier otra religión talló una obra de arte en piedra para sujetar el techo de un templo en que se reunían otras personas que compartían su fe. Cuando la muerte y la destrucción llegaron a ese templo de la mano de otro dios terrible arropado por el gobierno del Imperio la obra de arte se convirtió en mero cimiento y se ocultó al mundo durante cientos de años.
Otra capa más de ignorancia encima de ella olvidó la mera existencia del objeto de aquel acto ignominioso un milenio después de su construcción. Fueron otros que adoraban al mismo dios con otro nombre (algo que nunca es obstáculo para masacrase entre si) y que no les gustaban los depósitos y preferían un suministro de agua corriente para los palacios que construyeron.
Y por encima de todo una capa de ignorancia. Sentados fuera, encima de las cisternas, haciendo fila para hacerse un selfie, paseando por su interior con sentimiento de suficiencia miles de personas sin ningún interés por la historia, con el mismo desprecio por el significado de esa cabeza de medusa que se encuentra en las profundidades del centro de la ciudad que fue el centro del mundo que por cualquier otro elemento de la agenda de visitas durante las vacaciones, a pocos metros del lugar en el que se coronaba a su majestad imperial se palpa el desprecio y la ignorancia del turista que lleva consigo desde su país de origen la carga de chovinismo que le hace creer mejor que aquellos y que temporalmente se rodea de extraños, de extranjeros, que quizá trataría de expulsar si cruzasen las fronteras de su país.
Atardecer sobre el "skyline" del Bósforo |
El lugar desde el que Flavio Valerio Aurelio Constantino, "el Grande" creo la Iglesia Cristiana a partir de la religión que había creado previamente el greco-romano Pablo de Tarso inspirada en el judaísmo practicado por los seguidores del profeta Jesús de Nazaret.
Desde aquella ciudad Justiniano hizo arreciar la persecución contra el paganismo que iniciara Costantino en el imperio, cerró las escuelas de filosofía, entre ellas la fundada por Platón en los jardines de Academos de Atenas nueve siglos antes, persiguió a los pensadores y filósofos, prohibiendo la enseñanza de la filosofía clásica griega. Derribó docenas de templos cuya mera existencia consideraba pecaminosa (como ocurre hoy con los fanáticos del Estado Islámico). Justiniano prohibió, persiguió, encarceló, torturó y crucificó a miles de personas por sus creencias paganas, a los judíos también, por supuesto, que nunca se pierden una de estas y exilió a los incómodos y heréticos monjes cristianos nestorianos y a todo el resto de herejes monofisistas fuera de sus fronteras, yendo todos, andando el tiempo, a territorio hospitalario de Cosroes, rey de los sasánidas, junto a otros "platónicos y aristotélicos" donde su tradición pervivió en la llamada "escuela de Bagdad". Inicialmente, cristianos sirios que escribían en árabe, pocas décadas después convertidos a musulmanes que se dedicaban a la fálsafa (الفلسفة) o filosofía y que nos devolvieron la tradición clásica griega a Occidente y a toda la humanidad a través de un largo camino que pasaría por el Califato de Córdoba y la Escuela de traductores de Toledo. Justiano provocó una diáspora de intelectuales que jalonó de monasterios, como islas de sabiduría, la Ruta de la Seda hacia la India y China por territorios habitados por los "turcos de las montañas" y cuyos nombres (Turkmenistan, Uzbekistan,...) no estamos muy seguros de situar en un mapa mudo y que, desgraciadamente, el Islamismo más intransigente y la Revolución Cultural de Mao han borrado en gran medida de la historia.
Pero tras sobrevivir todo el milenio de la mal llamada Edad Media a su vetusta existencia, incluso Bizancio cayó ante la nueva superpotencia musulmana y el último resto del proyecto imperial romano abrió sus puertas al invasor otomano en el siglo XVI y se inició una nueva etapa de esplendor para la ciudad que se pobló de imponentes mezquitas. Un Imperio Otomano que iba desde las puertas de Viena hasta los Urales y que era abiertamente no árabe, sino turco, al igual que el estado laico que Mustafa Kemal Atatürk crea en el siglo XX y que pervive hasta hoy.
Άγια Σοφία, "Santa Sabiduría" |
Las personas que abarrotan la entrada de Hagia Sofía (en Griego, "La Sacra Sabiduría"), a veces prefieren ponerse a la siempre más corta fila de las cercanas cisternas quizá como estrategia para combatir el sofocante calor del verano del Mar de Mármara mientras la otra cola (disculpen la expresión) avanza bajo el imponente sol. Un consejo práctico: a la hora de comer los turistas se evaporan (no literalmente, claro, sino en un sentido metafórico, que el calor no llega a ser tan tremendo como para sublimar humanos) y se puede entrar casi en seguida a visitar con tranquilidad y sin multitudes esta joya arquitectónica y este pedazo vivo de nuestra historia. El turismo es también hidrosoluble, por lo que una oportuna tormenta es también una gran oportunidad de estar más tranquilos en estas visitas. por lo menos en aquellos lugares en que hay cerca una suculenta oferta gastronómica a cualquier hora y a un precio muy asequible.
Las cisternas en cuestión fueron una obra civil que mandó construir Justiniano (nuestro simpático fanático integrista religioso), para abastecer de agua la ciudad y fueron ignoradas y olvidadas por los otomanos, que no necesitaban de ellas. Más tarde fueron redescubiertas accidentalmente en el siglo XX ya que al parecer circulaba la leyenda de que desde los sótanos de algunas casas se podía acceder a un enorme depósito de agua bajo la ciudad bajando un cubo con una cuerda en algún pozo, e incluso algunos estambulitas allí mismo pescaban ocasionalmente algún suplemento proteínico para la dieta en forma de pescado de agua dulce.
Grandes carpas habitan hoy para entretenimiento añadido de los turistas el gran depósito de agua bajo el bosque de columnas que sostiene el techo de las cisternas |
Cabeza de la Medusa objeto constante de paparaccis aficionados |
Justiano destruyo templos y los empleó para una obra civil subterránea, cerrada al público y sumergida bajo el agua. Lo que hace ahí la cabeza de medusa es ser objeto de olvido y de desprecio. El mismo olvido y desprecio que los Otomanos mostraron hacia la obra de ingeniería civil cristiana, el mismo desprecio, intransigencia, ignorancia, que muestran muchos "turistas" hacia lo que están mirando sin ver. Hacia las "piedras" en las que hacerse fotos para que se vea por dónde han pasado como una plaga bíblica, ruidosa y molesta, sin detenerse a comprender ni a reflexionar.
Capas de desprecio superpuestas. Hubo un día en que alguien, probablemente un artesano piadoso creyente en unos dioses que transmitían valores morales tan buenos o malos como los de cualquier otra religión talló una obra de arte en piedra para sujetar el techo de un templo en que se reunían otras personas que compartían su fe. Cuando la muerte y la destrucción llegaron a ese templo de la mano de otro dios terrible arropado por el gobierno del Imperio la obra de arte se convirtió en mero cimiento y se ocultó al mundo durante cientos de años.
Otra capa más de ignorancia encima de ella olvidó la mera existencia del objeto de aquel acto ignominioso un milenio después de su construcción. Fueron otros que adoraban al mismo dios con otro nombre (algo que nunca es obstáculo para masacrase entre si) y que no les gustaban los depósitos y preferían un suministro de agua corriente para los palacios que construyeron.
Y por encima de todo una capa de ignorancia. Sentados fuera, encima de las cisternas, haciendo fila para hacerse un selfie, paseando por su interior con sentimiento de suficiencia miles de personas sin ningún interés por la historia, con el mismo desprecio por el significado de esa cabeza de medusa que se encuentra en las profundidades del centro de la ciudad que fue el centro del mundo que por cualquier otro elemento de la agenda de visitas durante las vacaciones, a pocos metros del lugar en el que se coronaba a su majestad imperial se palpa el desprecio y la ignorancia del turista que lleva consigo desde su país de origen la carga de chovinismo que le hace creer mejor que aquellos y que temporalmente se rodea de extraños, de extranjeros, que quizá trataría de expulsar si cruzasen las fronteras de su país.
A un lado y otro, Justiniano y Constantino, ¿Grandes personajes o fanáticos ignorantes? |
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